No era infrecuente en aquellos días que alguien llevara junto a su nombre de pila una especie de apellido que era en realidad un sobrenombre.
Bartolomeo Tromboncino era instrumentista y ejecutaba con maestría, entre otros, el trombón.
Pero también era compositor afamado y apreciado. Frottole eran aquellas canciones (que alguna vez he traído por aquí, como también al propio Bartolomeo) en las que se destacaba. De ellas vinieron los madrigali y desde allí a la ópera mediaba apenas un paso.
La biografía de Bartolomeo nos es esquiva todavía: no hay muchas páginas sobre su vida. Sabemos que Isabel D'Este y Lucrecia Borgia lo tenían en mucho y fueron sus protectoras y mecenas, tanto en Mantua como en Ferrara, dos de las varias ciudades en las que vivió.
Todo el mundo recuerda -a falta de otros datos- que mató a su esposa a los 29 años, por adulterio flagrante.
Algunos dicen que el amante escapó, otros dicen que lo dejo ir, otros dicen que le hizo compañía a la mujer. Los señores de Gonzaga, principales de la ciudad, le perdonaron la vida más de una vez, porque apreciaban su arte.
Tenía unos 64 años cuando murió, según se dice.
Lo admiro por su creatividad y la gentileza de sus composiciones. Un término que a principios del siglo XVI se entendía mucho mejor que ahora. Su buen gusto para ponerle notas a poemas de buen gusto -de Petrarca a Miguel Ángel, entre muchos otros- lo han hecho notable en la música italiana, cosa difícil de conseguir entre tanto talento.
Aquí queda una selección varia y en varios registros de sus obras mayormente profanas, con alguna de tema religioso.