Me parece que usted, cumpa, ni por pienso tiene la suerte que a veces tiene un servidor.
Termina un día. Llovizna suave, sobre mojado.
Un aire que va para viento mientras crece.
Vuelve uno al pago, ya todo otoño. El pago y uno, se entiende.
Todavía no es tan tarde. Y llega un antojo como una marea mansa: unos amargos. Amargo el mate de yerba fuerte, amargo y fuerte el tabaco.
Silencio en la noche recién nacida, vacíos los lugares, como dormidos. Ninguna amargura.
Y mate en mano, a la lumbre cenicienta del cigarro, se sienta uno cerca de la puerta de la cueva, a ver y oír finir el día, paladeando la penumbra clara de las nubes bajas y de una lámpara discreta, tenue.
Y Edmundo Rivero.
Hasta que la noche esté madura.