Había nacido en Capua y murió en Nápoles, en 1909, con apenas 53 años.
Si pregunto, tal vez alguno lo conozca. Aunque me da que no.
Giuseppe Martucci compuso mucha música. Lindas melodías, pastosas, densas, llenas de sentido.
Hoy tal vez se las llamaría decadentes. Algunas no parecen italianas, si no fuera que al hombre se le escapa la sangre napolitana por el pentagrama, aquí y allá.
Para esta tarde de sábado es muy buena compañía. Alegre, si se me entiende lo que quiero decir.
Y eso me recuerda un aforismo de Braulio Anzoátegui sobre Claude Debussy:
No me explico por qué todos los melómanos cursis se acuerdan de Debussy cuando ven llover tras los vidrios de la ventana. Pero si la lluvia los agarra en la calle, putean de lo lindo.Y fíjese, mi amigo, que hoy es unos de esos días que dice don Braulio, pero de llovizna pampa.
Los perros han estado chapoteando en el jardín toda la mañana desde anoche, y han hecho un estropicio de barro, típico de junio en estos pagos. Se hizo un fuego acá en la matera, se comieron unas carnes, se tomó un buen vino, simpáticas charlas, hubo un buen café de Colombia regalado y un rico tabaco negro, delicia que resucitó de la cuarentena recién ayer.
Mientras, lloviznaba.
Ahora que ya pasó el festín, y desde hace un rato miro el agua fina afuera que va y viene de tanto en tanto, confirmo lo bien que le va esta música de Martucci a este tiempo crepuscular, viera usted.
Por eso, aquí le queda. Mañana seguro estará parecido a hoy. Son unas dos horas. después me cuenta.