Mingo nació en el campo, en Manzanares, en 1921. Y allí se crió de chico. Y allí volvió una y otra vez hasta que ya no volvió más.
Durante años, en aquellos parajes no hubo más que cocina a leña, farol (Sol de noche, claro...), lámpara a querosén, pozo de agua, molino.
Así que la música tenía que venir de uno, nomás.
En el campo (o en las sierras, muchos años también, veranos), Mingo cantaba poco. A veces, si estaban sus hermanos, si le pedían, algún fogón, algún asado, una boda, si acaso.
Pero en el campo Mingo silbaba, tradición familiar de sus padres y así para atrás, centenios. Silbar.
Y silbaba más que nada cosas nuestras. Bastante folklore, algún tango. De vez en cuando algún bolero, cosas mexicanas.
La guitarra lo maravillaba, y el piano. Apenas si pulsaba las cuerdas. Casi nada. Pero, en otros, no admitía la técnica como pasaporte. El fuego, decía, tiene que haber; el sentimiento. El tocar, más que el saber tocar.
Atahualpa Yupanqui, por ejemplo.