Oí a Roberto Murolo hace muchísimos años, por primera vez.
Cantaba estas canciones napolitanas antiguas que dejo aquí en su homenaje. Las llevo en el corazón, me son propias. No he dejado de oírlas en todos estos tiempos, porque se me hacen sin fatiga, siempre frescas.
Son sencillas y los versos apenas si dicen una sola cosa, en la mayoría de los casos.
En Sto core mio, dice que si este corazón mío fuese de diamante, podría soportar tanto dolor como el que lo aqueja cada hora.
Aquí, en Comme da lo molino, el corazón se consume de amor por la niña, así como el grano es molido bajo la piedra.
En Villanella ch’all’acqua vai, el joven dice a la muchacha que va al mar que muere por ella sin que ella se entere.
Algo más compuesta es Chi la gagliarda, donne vò 'mparare, donde los finos maestros de danzas, le ofrecen a las mujeres su oficio para aprender a bailar una gallarda.
En La nova gelosia, el amado le pide a una ventana nueva y luciente, que está escondiendo a su amada, que le permita verla, si no él morirá.
Pícara y más elaborada es La Cammesella, finalmente. Un diálogo de pura coquetería mutua entre los recién casados. Él, fingiendo que se irá si no lo hace, le pide a ella que vaya quitándose una a una las prendas de su atuendo de novia, que se ve no eran pocas, a lo que ella accede cada vez sin reticencia. Por último, le pide un beso que no le es negado. Cada vez, Ciccillo, el novio, bendice a la madre de la novia por haberla casado con él.