La soprano tandileña María Cristina Kiehr.
Lindo.
Delicada, sencilla, graciosa.
Es la tercera vez que lo digo. Y tal vez es la vencida.
Pasa que estos versos de Agustín García Calvo me gustaron siempre, pero hechos canción por Amancio Prada. Hablé de esto en 2012 y el año pasado también porque se había perdido el original y porque encontré una otra rara versión de algo que casi nadie canta.
Pasa ahora que encuentro una música distinta para esto mismo, de Antonio Selfa, grabada en el otoño europeo de este año. Y entonces aquí voy otra vez.
Bien oída, la letra del poema es incisiva. Tal vez el hecho de que García Calvo haya sido anarquista explica esa "generosidad amorosa" de no aferrar a la amada, de soltar completamente sus alas para que vuele libre de él, de todo, de todos, de Dios y hasta de ella misma. Y a decir verdad parece un poco tensa esta "generosidad amorosa".
Es poesía, claro. Y dice bien (algo que no sé si está tan bien...) Y que sea una expresión lírica en parte habilita la hipérbole de la oferta. Pero liberar a alguien de tanto (de Dios, de uno mismo) es demasiado.
No sé cómo piensa un anarquista (aunque yo mismo lo soy, frente a ciertas arquías...); por mi parte creo que es tiránico arrojarla a esa "libertad", es como disolverla, hacerla que no sea ya. Es lo opuesto a la anarquía. Como si le dijera: "mía o de nadie", aunque diga: "no mía ni de nadie...".
Pero tal vez es cuestión de preposiciones y no más que eso. Déjela libre, claro. Y tal vez se dice algo más hondo y verdadero, si la suelta de veras, con solo cambiar libre de por libre en: libre en todo, en todos, libre en Dios, libre en ti... Y la cosa resulta hasta más noble y no menos poética, diría.
No hay que repetir lo que ya se mostró y que puede volver a verse siguiendo las huellas más arriba. Sí mostraré algo que no había mostrado cuando publiqué la versión más estilizada de 1990 de Amancio Prada. Ésta es de 1979.
Y no hay por qué comparar, se entiende. Ni las dos de Prada ni las de Prada con la de Selfa. Aunque un servidor ha comparado y tiene su dictamen...
Dejemos de lado la filosa concordancia de sujeto y verbo: que 20 años no es nada.
Pero que algo tiene la cifra, algo tiene: 20 años. Y tendrá pero no sé qué será.
En estos días, por ejemplo, acá en la llanura interminable, hubo de todo alrededor de los 20 años de hace 20 años. Cada quien tironeó para su lado, y todos se llevaron una parte de no sé qué. Como si hubiera habido algo para repartir, algo para celebrar.
Decía Péguy, más o menos, que no hay que contar las pérdidas como si fueran ganancias.
Pero dejemos también eso.
Los cantores de por acá y por allá andan cantando desde hace tiempo algunas cosas de los 20 años. Desdichados 20, felices 20, vacíos 20, 20 dolorosos, fiesteros 20, y casi siempre en abriles que son emblemas (septentrionales) de juventudes dichosas o calaveras, de desengaños o de edades de oro.
En fin, ya lo verá usted cuando oiga las cosas que si quiere oirá.
¿Y que 20 años no es nada? Asigún, vea, asigún.
Pero allí está el tópico. Porque es un tópico, y un número como mítico.
La verdad es que la vida es y no es 20 años. Porque la vida no es un almanaque.
Y 20 años pueden ser no más que 20 años, o pueden ser 100.
O nada.
A mí se me hace algo injusto.
Pero lo hago de todas maneras. Injusto porque, entre ambos, mi corazón está con Luciano y no con Jonas, sin demérito para el alemán. Pero...
Lo que hay que ver aquí (sí, dije ver...) es el final. El gesto final de ambos.
Claro que sí: oiga también, compare, analice, haga cuentas y ecuaciones, logaritmos, hable la jerga. Sí, cómo no.
Cuando termine, hágale caso a un servidor, que es ignaro asaz de todo eso, y atienda nada más que al gesto final de ambos.
Eso es todo.
Nomás una despedida.
A don Vicente Chente Fernández, que, como no sea en música, ya no volverá.
Estaba en asuntos sobre el tiempo perdido (todo un tópico, si viera usted...), pero se me cruzó otra cuestión. Y hasta allí fui, porque una cosa y la otra no están tan lejos, después de todo.
(El caso del tiempo perdido, es todo un caso en la música..., para otra vez.)
Menté a Jaime Dávalos ayer en ens. Y será por eso que esta mañana al alba se me apareció la Tonada del viejo amor que compuso con Eduardo Falú.
Varias veces Dávalos compuso poesía para introducir una canción. También en la Tonada, claro. Pero me acordé de que, en este caso, no fue un poema, sino que fueron dos.
Y no sé por qué.
Y mientras sigo haciendo una puerta, lo voy pensando. Pero si alguien lo sabe...
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Cantando solo, dijo este soneto:
El mar, era en tus ojos la infinita inocenciaPero, con Falú cantando, dijo estos pareados:
del agua que hasta el cielo busca la inmensidad.
En su verdor salobre arde la claridad
a mi asombro exclusiva, en íntima deiscencia.
Entornados, tus ojos miran desde la bruma
el tierno advenimiento foral de la mañana
o bajo el mediodía de viento y resolana,
sobre el azul y el oro, el triunfo de la espuma.
Desde una adolescente madurez sonreía.
mas allá del deseo que en mi carne encendía
el limpio animal puro que vences de estupor.
Los fuegos del retiro desolado te ofrece,
aun viendo que inasible y constelado crece
en tus ojos marinos el inefable amor.
Grabé tu nombre y el mío en las arenas del mar,
y un juramento, que nunca me atrevería a jurar.El viento, como el olvido, la arenita se llevó,
y ahora se ha vuelto arena, lo que juramos tú y yo.No le prometas a nadie que nunca lo olvidarás,
porque el amor es eterno, y nuestra vida fugaz...
Hace unos días que estoy en deuda con esta niña, que me presentaron hace poco.
Alcalá de Guadaira es una ciudad próxima a Sevilla (que ya casi ni se distingue una de otra y llega a barrio...). La patrona de Alcalá de los Panaderos (así dicho porque hay muchos allí que proveen a Sevilla) es una sonora Virgen del Águila... y olé.
Y allí, hará unos 25 años, nació Paola Hermosín (e mi chiedo cosa c'entri qui questo nome Paola, se questa ragazzina è andalusa...)
La pasión que le pone a la música es un contento de ver y oír, cuando explica lo que toca y canta y cuanto canta y toca lo que explica. Ella sabe (y lo dice) que su estilo es más de guitarra clásica que flamenca, pero...: es sevillana y eso cuenta.
Tiene parvas de videos con ejecuciones de otros autores de todos los colores y algunos con las suyas propias de ella. Siempre con una gracia que sonríe a como dé lugar, no importa qué interprete. Me hace gracia su gracia. Y por eso está aquí.
Dejo para ustedes, y como muestra, nomás las que son de su tierra. Quien quiera más, busque más.
Entre los oyentes, hay una dama especialmente perspicaz, a qué negarlo.
Me desafió a recordar un caso similar al de Shane McGowan, que mentaba nomás ayer.
No fue un día pacífico, pero mientras pasaba mojones y kilómetros en los caminos desde el alba, me vino a la mente algo que ya habíamos oído por aquí. Y parece que acerté.
The Briar and the Rose, es una canción de principios de los '90 que compuso y publicó Tom Waits. Aire inspirado en la música tradicional hiberno-escocesa (otra vez) y una balada de asunto onírico inspirada en un antiguo y algo oscuro cuento alemán, que apenas si el autor refiere en una frase de la canción. El caso, en el sueño, es el entrevero de un brezo o planta espinosa y una rosa, como metáfora de un amor tan hondo como fatal que, finalmente, y creciendo con el tiempo y las lágrimas, se vuelve tan acerbo como frondoso y enredado.
Esta vez, aunque el caso aplica al desafío de nuestra amable dama, prefiero que se oiga primero una versión que me gusta mucho, ciertamente más que la de Tom Waits, que va después. De modo que, antes, la espléndida Niamh Parsons.
Y sí, en parte tiene razón, mi estimadísima. Aunque no tanto, me perdone.
McGowan estaba (esa vez, en un pub, esa noche y otras tal vez) sumido en lúpulo, pero tiene buena voz. Waits desgarra. Siempre.
En fin, bonne nuit.
Dos canciones que siempre me gustaron. Cada una con su historia.
La primera, Raglan Road, es una historia de amor frustrado, en Dublín.
El poema original (On Raglan Road) lo compuso Patrick Kavanagh a mediados de la década de 1940, nel mezzo del camin della sua vita, dijera Dante. Se mudó y por la calle de su nueva casa (Raglan Road, precisamente) veía pasar a una jovencita universitaria (iba y venía de la universidad). Hilda Moriarty, que tenía la mitad de sus años, fue su musa desde entonces. Pero ella no quiso llegar a más que agradables conversaciones: él era un cuarentón, ella una veinteañera, así que: ni modo.
El poema (que se hizo canción más tarde con la melodía de otra canción tradicional irlandesa), fue el primero de varios destinados a Hilda, por el enamorado Patrick.
La otra canción proviene de un poema antiguo, de origen escocés en realidad, aunque como canción es muy popular también en Irlanda. The parting glass tiene varios padres, aunque ninguno cierto. Lo que sí parece claro es que los versos provienen del siglo XVII y que vuelven a aparecer y completarse en el XVIII. Otra vez, la melodía que se ayuntó a los versos es tradicional y aparece en varias canciones desde el siglo XVIII.
Traducir el título de estos versos como "La del estribo", no estaría mal. Porque es ése el sentido, la intención de la letra: darle una última copa al que parte, una para el camino, costumbre de muchos pueblos en todo tiempo.
Dejo aquí abajo tres asuntos.
El primero, porque me pareció simpático e ilustrativo, es la explicación breve del origen de On Raglan Road y el bonus track de la canción entonada por el autor de los versos, Patrick Kavanagh.
En cuanto a las dos canciones (que ya anduvieron por Il Mare tiempo ha), las dejo en dos versiones sumamente tensas y tal vez las más ásperas que conozco de ambas. No son las interpretaciones canónicas, en modo alguno, pero a la pesca de ésas irá el oyente atento de estas páginas, si es que tiene interés.
Raglan Road la canta aquí Van Morrison. The Parting Glass la canta Shane McCowan.
Morrison, a su modo, actúa tan melancólica y trágicamente la letra que le hace un favor al sentimiento de Kavanagh. A mi oído, se entiende.
Y McCowan... Pues, qué decir: McCowan está totalmente borracho. Y no sé si La del estribo no debería sonar mejor así...
Ahora que dizque se va, veamos cómo vino.