Una cantante sin voz no es una cosa frecuente.
Cuando una cantante tuvo otrora y se queda sin voz, hace cosas rarísimas. Se pone anteojos oscuros y un pañuelo en la cabeza que le cubre todo, menos la voz que ya no luce. Si es excesivamente diva -y Narciso es su segundo nombre...-, se vuelve excéntrica, desaparece en una isla de pescadores en Il Mare, se muda a un palafito en el Amazonas, se entierra en una granja en Sudáfrica a criar ñandúes. Y eso para que nadie la oiga ya más.
Pero si una cantante nunca tuvo demasiada voz y es fumadora contumaz y además es extremosa en su modo y en su desparpajo, y es sureña de Il Sud peninsular, digamos, entonces no se le mueve una pestaña si a los 60 no tiene ya la voz que ya no tenía antes.
Si es arte, si es ella misma una hebra del arte quiero decir, y si llega a ser actriz más que cantante, sabe que la interpretación tiene apenas un capítulo en la voz. Y que la voz, la voz-voz, puede apenas ser eso: lo mínimo indispensable, y que tiene que ser muy afinada. Lo demás es sentimiento e intuición de lo que debe hacer. Lo demás es ser ella misma de algún modo la música.
Todo eso y así, se llama Lina Sastri.
Napolitana que canta en su dulce napolitano, muy actriz de teatro y cine ella, muy premiada, querida, apreciada, aplaudida, muy reconocida ella.
Pero sin voz.
O mejor: con una voz que nos hace olvidar de que no tiene voz.
Bien por ella.