martes, abril 09, 2013

Moscú, Rusia



Cuando era chico, Rusia era para mí tres cosas. El frío de las estepas de Miguel Strogoff (lo leí por primera vez a los 8 años en una edición que conservo...), Moscú (que quería decir en aquellos años lo mismo que comunismo) y una radio.

La radio era de mi padre. Un pariente de mi madre se la había hecho a su gusto y medida y captaba unas estaciones lejanísimas con una fidelidad envidiable. Los sonidos eran impecables. Aun con las interferencias, que sonaban a mares convulsos y a vientos en el desierto.

Mi padre oía, a oscuras y cada noche, variedad de cosas distintas. Con sumo cuidado, yo me escabullía entre los sillones y me sentaba en un rincón, sin respirar. Él prefería Italia (por la lengua), la BBC (por los conciertos) y Rusia, no sé por qué. Creo que los coros rusos lo fascinaban. Su registro de barítono -que podía alternar con el de tenor- encontraba hermanos por todas partes del dial. Pero prefería Moscú.

Vayamos por un poco de todo eso, entonces, así vuelvo a aquellos años. Aunque no se vuelve, claro, ya se sabe.

El Coro del Ejército Rojo canta Un cosaco nunca se da por muerto, En el bosque, cerca del frente y una versión de 1965 de la tradicional Kalynka.

En su versión más reciente, ahora como Coro Alexsandrov, cantan Oh, ancha estepa.

Busqué otra versión de este asunto tan impresionante -cómo se puede hacer la estepa con la voz....- y encontré una versión de un Ensemble de la Candelaria que logra la misma potencia y sugestión por una vía distinta.


¿Qué hará Moscú ahora entre mis cosas? Ese Moscú ya pasado, el de la radio que ya no está (rescaté apenas una parte del mueble...); o como el Ejército Rojo ése, o como los años que ya pasaron y no son y de cosas que fueron y ya no son, o que nunca fueron...

¿Quién sabe?

Queda la música, eso sí.