Es peruana -ella y toda la familia que no sé dónde termina- la buena mujer que me vende las frutas y las verduras y especias, huevos y miel.
Buena y sufrida mujer que se ríe de nomás verme entrar al grito de ¡Salud, Perú...!, a lo que sigue toda suerte de bromas cruzadas que se matizan con gravedades de la vida, ocultas tras las pullas, y que hacen de mi colección de acelgas y pomelos, de berenjenas, manzanas y puerros, un festival.
Cierta vez, no hace tanto, el sujeto se puso serio y desde la otra punta del salón de ventas encaró al mostrador.
- Atiéndame, señora: a ver si me explica qué son esas letras de cumbias con las que me está martirizando desde que vengo llegando...Nomás eso y con media vuelta imperial ordena a una chiquilla que le hace de dependiente: A ver m'hijita, cambie la radio.
Y nos pusimos ipso facto a hablar de músicas y de las populares, especialmente. Y las letras esto y las músicas esto otro. En el carrito a tiro, impacientes, unas naranjas de ombligo y unas cebollas tintas me miraban como miran las mujeres a los maridos cuando se demoran conversando con el mecánico...
- Pero, doña, póngame música del Perú, por caridad, tan linda que es.
- ¿Conoce?
- Pero, claro, mujer...Y que esto y aquello. Y que marineras y resbalosas, que Ayacucho y sus guitarras y los andinos y los negros de Nicomedes y los valses, claro que sí..., y así.
Las cebollas, mudas, cabeceaban ya un sueño inquieto con la espera. Las naranjas, en cambio, habían entrecerrado sus ombligos, ceñudas y furiosas, bufando.
- Lo que pasa, don, es que tengo solamente la radio y de eso no hay.
- Malhaya con las radios, mire. ¿Y los dejan así, tan lejos del Imperio (siempre le digo el Imperio, a lo Belgrano, cuando me refiero al Perú, y sonríe oronda...) y sin música y con solamente esa música infame, que ni cumbia es...? ¡Qué vergüenza los paisanos, doña...! No tener una radiecita para sus músicas, como tienen los paraguayos, que tienen varias...
- De veras, ¿no? Y lo de la cumbia que dice...
- ¡Pero si no es! ¿Oyó las cumbias-cumbias? Las de Colombia digo. Tan graciosas y bien compuestas muchas. Populares, claro, populares... Sabandijas malparidos, vea, como si el pueblo tenemos que ser esa porquería de cosa de las cumbias de acá que si no no somos pueblo...
- ¿Y por qué no me trae de esa otra música? Le digo al chico a ver que consiga un aparato y paso eso...
- Y sí, le vuá traer, qué tanto... Si no la pasa acá, la pasa en la casa y se alegran el día, recordando el Imperio... y así vamos viendo cómo suenan las cosas de verdad en otras partes.
Las cebollas se sobresaltaron cuando el sujeto retomó la ronda de las hortalizas y el carrito arrancó con energía. Las naranjas, como penitencia a la impaciencia, quedaron sepultadas, ahogadas por un anco, tomates, una planta de albahaca y verdeo. Bien hecho.
Y en eso ando, de tanto en tanto desde entonces: colectándole músicas de un lado y otro para regalarle a la buena mujer, condenada espero que no por mucho tiempo a la cumbia bastarda.
Por ejemplo músicas suyas de ella, como estas tres de Alicia Maguiña, algunas con Oscar Avilés a la guitarra, Inocente amor, Celos y Nostalgia. O El pecho se me ha cerrado, de la misma con Los Morochucos.
Como que también por ahí anda la sutil Pilar de la Hoz que dice el huayno Cómo he de vivir sin ti, o el vals Pobre corazón, con aire de jazz en la voz.
Y está Lucila Campos, claro, haciendo Peruanita bonita.
Pero hay más. Bastante.
Y aunque no deje aquí todo lo que hay, falta todavía lo que ya vendrá.