Entre los mediados del siglo XVI y el comienzo del XVII hay una cantera de música que parece que sólo conocen los muy peritos, porque para los ignaros, como su servidor, no existía.
Y, sin embargo, se ve que merecían existir aquellos que hicieron esas músicas.
Oyéndolos, uno se pregunta de cuántas cosas está hecha esa bisagra de la historia que parecen haber sido esos tiempos. Un vórtice que evidentemente significa algo que no hemos entendido del todo.
Un remolino de guanteletes de guerra y galanterías de madrigales. Ferocidades y elegancias.
¿A dónde terminó ese torbellino de heroicidades y traiciones, apostasías y santidades, plebeyismo y buen gusto?
¿Será algo que debería haber sido y no fue? ¿Será que fueron cosas que no deberían haber sido? Y eso en todos los bandos en disputa...
Veo un fresco dinámico y vertiginoso y las figuras me sorprenden: de Shakespeare a santa Teresa de Jesús, de Cervantes a Cromwell, de Solimán (y Selim) a Juan de Austria, de Francisco o Enrique de Francia a Pío V. Y si tuviéramos más tiempo tendríamos que hacer la lista exhausta de personajes y episodios que son agridulces por donde los quiera ver y que tiñen de colores disonantes (¿complementarios? ¿usted diría?) el mapa de una Europa que si no se parece más que en algo a nuestros días es simplemente porque sabemos cómo le fue a aquella y no sabemos de cierto cómo le irá a ésta, aunque alguna idea nos hacemos, claro...
La expansión otomana, Lepanto y la revolución protestante son contemporáneos. Y el final de las tres cosas nos es conocido.
Será que allí terminaba algo. Será que allí empezaba.
No lo sé y lo miró de nuevo porque tengo la impresión de que allí hay signos que se me escapan.
Mientras sigo mirando el asunto, dejo algunas piezas de tres desconocidos para el gran número: Bartolomé de Selma y Salaverde, Francesco Rognoni da Taeggio y Ludovico Grossi da Viadana. Completan el cuadro Giovanni Cima y Tarquinio Merula, no desconocidos del todo.