Es probable que a más de uno le parezca que no es éste el lugar para tratar estos asuntos.
O para tratarlos de este modo.
Y casi le daría razón.
Casi.
Porque espero que al final se entienda que esto tiene su lugar aquí.
Okuribito es palabra difícil de traducir para quien como yo no habla japonés.
Hasta donde sé, significa algo así como persona que acompaña las partidas, persona que despide, tanto como partidas.
Y por eso me pareció que Despedidas es, entre varios, aproximadamente el título más significativo.
Esta película japonesa que, ahora pongo a juicio del amable auditorio, se hizo famosa en 2009 cuando ganó un Oscar a la mejor película extranjera.
Su director, Yōjirō Takita, dice haber temblado de miedo porque, pese a la solemnidad del tema y las prácticas que allí se ven, la muerte vista en esa perspectiva es tema poco simpático a los japoneses. Tabú, dicen. Será.
Por su parte, el protagonista, Masahiro Motoki, aprendió el oficio para entender mejor el papel que haría. Y hasta aprendió a tocar el instrumento que el guión le asignaba.
Todo muy impresionante e interesante. Y hasta creo que habría para unas líneas más de crítica cinematográfica, con los más y los menos (que son menos que los más, a mi entender, en este caso...)
Pero, en realidad, la razón de ser de esta inclusión, que admito pueda parecer algo extravagante, en esta bitácora es que hay un violoncello en el centro de la escena, en el centro del asunto.
Y si hay un cello, bien está que esté aquí.
Los más benevolentes, los más comprensivos -y comprendedores-, creo que no se arrepentirán.