Hay lugares mejores que éste para estas músicas, que son más que música. Y hay gentes que conozco que son más adecuadas que un servidor para estos menesteres, de los que saben de cierto.
Pero sé también que vale oír apenas algo.
En la Ortodoxia griega, la Semana Santa tiene un lugar destacado. Por supuesto, como entre los latinos. Pero hay entre los ortodoxos, más allá del lugar principal y solemnísimo que tienen esta conmemoración y celebración en la liturgia, algunos gestos que parecen decir que en algo va más allá del protocolo, la ceremonia o el rito.
Y tal vez sólo sea idea mía, aunque no parece del todo.
Por ejemplo.
En el siglo VI hubo en Oriente un himnógrafo destacado. Su historia es conmovedora y rica. Romanos Mélodos, de él se trata, fue con los siglos una gloria de Bizancio y lo es hoy para los griegos.
Es figura menos conocida para la Iglesia en Occidente, hay que decirlo. Pese a que san Romano el Melodioso tiene fiesta el primero de octubre entre nosotros. Hace unos años, Benedicto XVI le dedicó una alocución en su catequesis de los miércoles, en un ciclo sobre los Padres de la Iglesia.
Se conservan unos 70 kontákia (singular, kontákion) de su autoría, himnos de alto y hondo contenido teológico, además de una exquisita poesía en una lengua sencilla y apta a la vez.
Entre ellos, hay algunos de los que se le atribuyen que tienen como asunto la Pasión y Muerte de Jesús, lo que incluye unas conmovedoras lamentaciones de su Madre, el Viernes Santo, y unas contemplaciones del Santo Sepulcro.
En las ceremonias de la tarde de ese día viernes (alguno de estos himnos se canta el sábado), en las iglesias ortodoxas suelen cantarse en secuencia tres himnos: He dzooé en táfoo (Η ζωή εν τάφω, la vida en el sepulcro), en el que se muestra el contraste entre el Autor de la Vida y la Vida misma y su muerte yaciente en el Sepulcro; Ai geneai pásai (Αι γενεαί πάσαι, todas las gentes), una exhortación a todas las gentes a recordar la muerte del Salvador y la gloria de su Redención por la muerte en la Cruz; y, por último, el que más me gusta, Oh glyký mou éar (Ω γλυκύ μου έαρ, Oh, mi dulce primavera), una desgarradora lamentación de Santa María que contempla el cuerpo ensagrentado de aquella Primavera que da vida a todas las cosas y a todas las hace nuevas. Entre los himnos de esos días, también figura el Áxion estí, (Άξιoν εστí, Digno es).
De todos ellos hay versiones solemnes y populares, de modo que tanto lo han cantado y lo cantan coros de monjes como artistas profanos.
De estos últimos me ocupo ahora, porque me llama la atención que composiciones de semejante antigüedad y valor sean del gusto de -¿qué diré? ¿los fieles, el pueblo?-, artistas como Irene Papas (que canta con la musicalización algo extravagante de Vangelis Papathanasious), o María Farantouri, Glykeria, Petros Gaitános o Fairuz, que canta en árabe.
Entre las voces que más me conmueven -en este registro de música sacra en clave popular- está la de Nektaria Karantzi que interpreta fragmentos de las composiciones en una secuencia.
Y por ahora es bastante, aunque no todo.