Nada que no sepan los que saben de estos asuntos.
Pero, según el catálogo que hizo conocido Wolgang Schmieder, exactamente 200 años después de la muerte de J. S. Bach, en 1950 (el famoso Bach Werke Verzeichnis), se suman unas 1128 obras del genio alemán, aunque hay algunas que tienen más de una entrada, hay que decirlo.
Como fuere, es simpático el lío que tienen los investigadores con las partituras de este buen hombre. En su gran mayoría no las publicaba, tenía notación propia y titulaba más o menos como le venía en gana, sin atenerse mucho a las formalidades. Repetía temas, transcribía las obras de un instrumento a otro, las dejaba inconclusas. Algunas que se han perdido y aparecen en otro instrumento: si eran para oboe, se las conserva para violín, por ejemplo, y cosas así.
Además, créase o no, el haber caído en el olvido (sí, oyó bien: casi ni se le dio importancia a Bach por cien años hasta mediados del XIX, en que Mendelssohn lo rescató y lo exaltó...) desparramó los papeles y ahora hay que encargarle al Detection Club que ponga orden en semejante producción. Hay una edición de 1990 del BWV y sigue la cuenta...
Dejemos ahora que vuelva Giuliano Carmignola y ponga manos a las obras. La orquesta, el Ensemble Concerto Köln.
Son cinco conciertos para violín (BWV 1041, 1042, 1043, 1052 y 1056, los dos últimos proceden de obras perdidas para ese instrumento) y quedan aquí:
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La ilustración reproduce una firma simbólica que usaba Johann Sebastian Bach, musicalmente hablando.
Si se presta atención, se verá su nombre en notas, al modo anglosajón y alemán (es decir el modo alfabético).
Se empieza desde la clave de sol de la izquierda y se rota en el sentido de las agujas del reloj: si bemol (B), la (A), do (C) y si natural (H).
Se empieza desde la clave de sol de la izquierda y se rota en el sentido de las agujas del reloj: si bemol (B), la (A), do (C) y si natural (H).
Firmaba a veces con una melodía, digamos.
Bien. Era músico, claro.