Adelaida Allegri tenía una bonita voz de contralto. Grave, sonora. Como el mar, diría; como un mar grave, se entiende.
Si la conservara hoy día, sería una bonita voz de 102 años... Pena de la vida: hace treinta años que ya no canta bajo esta luna.
Me crié oyéndola, ella al piano y cantando a tres voces (mi padre -ya abaritonado tenor- y su hermano -ya barítono atenorado, muy pocas veces al violín- completaban el trío fraterno); era en las siestas cordobesas de la ciudad: un cuarto fresco donde estaba el piano con unos sillones de cuero verde y unas cerámicas heladas por piso, ingenio de contructores que no sé cómo lograron que el infierno veraniego quedara afuera. Y es así que entre el frescor en sombras y los sones, esos conciertos informales (lo primero que había en nuestras vacaciones al llegar) eran para nosotros los chicos de entonces el cielo mismo, aunque esa gloria durara lo que un suspiro y mis hermanas y yo nos quedáramos con sed de más. Ya en las sierras, eneros de cigarras y torrentes, sobre la falda serrana oscurecida y bajo unos talas y molles, a capella viajaban las voces de ellos tres, a veces después de un rosario de la tarde y antes de la comida, a veces de sobremesa, con un silencio de grillos y un frescor de poleo o de cedrón por toda orquesta.
Quién sabe y no será por eso que no sé de un registro que me conmueva más en una mujer que el de contralto, con esa aparente oscuridad que es de una intensidad que no hallo igual. Me dicen que es poco femenino. Digo que están completamente equivocados. Hay gente que sabe de músicas, pero un servidor sabe otras cosas.
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Tres colecciones que dejo aquí están dedicadas a cuatro voces de esa laya, aunque distintas en tantos aspectos: por un lado, Marie Nicole Lemieux, de Canadá, y la inglesa Kathleen Ferrier; por otro, la holandesa Aafje Heynis y, por último, la siberiana Galina Baranova, aunque es un caso especial el de esta mujer y tal vez un asunto excesivamente ruso para gentes de los Urales hacia el oeste.
Claro que de cada una tengo músicas preferidas y hay una de estas muchachas que me gusta más que las otras (pero quién soy yo, después de todo, para acertar en ese jardín...)