En junio de 1991, en el gran refectorio de la abadía de Fontevraud, se grabó la Misa de san Marcelo.
Fue obra de Marcel Pérès y su Ensemble Organum, con algunos invitados. Es parte de la serie Cantos de la Iglesia de Roma y hay en el registro que dejo aquí, además de la Misa, otras obras que completan el volumen y que proceden de las investigaciones de Pérès sobre el antiguo canto romano, anterior al gregoriano.
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El contenido de este trabajo:
Adoratio crucis Feria Sexta in Passione Domini
Tract.: Domine audivi auditum tuum Tract.: Qui habitat in adiutorio altissimi Improperios: Agios o Theos, Sanctus Deus
Misa de san Marcelo Introito: Statuit ei Dominus Gradual: Inveni David servum meumVersículo: Nichil proficiet Alleluia: V. Disposui TestamentumAlleluia: V. Inveni David Ofertorio: Veritas mea Versículo: Posui adiutorium Versículo: Misericordia mea Comunión: Domine quinque talenta tradidisti michi
Que un crítico prestigioso diga de ella que es una pianista virtuosísima sin huellas de narcisismo, no sólo es un acierto musical: es una galantería espiritual.
El 25 de abril de 2013, en el gran salón del Centro Sava, en Belgrado, Divna Ljubojievic, el coro Melodi que dirige, y algunos invitados rusos y serbios, dieron un concierto por la Pascua, que fue, además, televisado.
El concierto se llamó Востани.Време је, algo así como Levántate, es la hora...
Impresiona un poco saber que hay programas oficiales, en varios de los lugares en los que se profesa la ortodoxia, destinados a rescatar las tradiciones religiosas; y nacionales, claro, como una sola cosa, lo que frecuentemente ocurre entre los eslavos.
Sé que es española, que canta y que es mezzosoprano, que ejecuta instrumentos de cuerdas y percusión.
Sé que formó Calamus y Mudéjar, dos agrupaciones de música antigua española y andalusí, que investiga e interpreta, sola o con gentes varias. Tiene bella voz y un repertorio variado, también musicalizando, sola o con otros, versos de poetas antiguos como juglares o más recientes.
Je ne suis pas de celles qui meurent de chagrin. Je n'ai pas la vertu des femmes de marins. Dis, quand reviendras-tu?*
Así dice en una canción de 1962, que ya traje por aquí no hace tanto.
Barbara, es el nombre artístico de una mujer de vida extraña y más que nada difícil -muy difícil-, pero que tiene una de las voces que más aprecio en esta moda que se llamó la chanson française y que dio unos cuantos buenos momentos a la música de mediados del siglo pasado.
Ella era una de las extravagantes en aquel mundo, pero no tanto: la France da esos frutos bastante seguido en los últimos 300 años. Y no sólo entre los que cantan.
Jacques Brel, otro raro de aquellos años, dicen que dijo de ella: Barbara es una buena chica. Está un poco loca, pero es una locura sana. Estoy un tanto enamorado desde hace tiempo...
Dicen también que tenía unas cuantas mañas exóticas en el escenario, como que el taburete debía estar a 62 centímetros de altura y el piano estar afinado en 442, cosa que no sé qué será pero que, según me entero, es una subida de tono más alta que lo habitual.
Muy bien: ¿y con eso qué?
Monique Serf, así se llamaba, con 67 años murió en 1997.
El título de esta entrada, La dame brune, es el de una canción que Georges Moustaki escribió para ella allá por fines de los '60 y que cantaron juntos.
Queda ahora una selección ya hecha en un álbum, que muestra su estilo y su voz, dulce y desgarrada a la vez.
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* No soy de las que mueren de tristeza. No tengo la virtud de la mujer del marinero. Dime, ¿cuándo volverás?
Adelaida Allegri tenía una bonita voz de contralto. Grave, sonora. Como el mar, diría; como un mar grave, se entiende.
Si la conservara hoy día, sería una bonita voz de 102 años... Pena de la vida: hace treinta años que ya no canta bajo esta luna.
Me crié oyéndola, ella al piano y cantando a tres voces (mi padre -ya abaritonado tenor- y su hermano -ya barítono atenorado, muy pocas veces al violín- completaban el trío fraterno); era en las siestas cordobesas de la ciudad: un cuarto fresco donde estaba el piano con unos sillones de cuero verde y unas cerámicas heladas por piso, ingenio de contructores que no sé cómo lograron que el infierno veraniego quedara afuera. Y es así que entre el frescor en sombras y los sones, esos conciertos informales (lo primero que había en nuestras vacaciones al llegar) eran para nosotros los chicos de entonces el cielo mismo, aunque esa gloria durara lo que un suspiro y mis hermanas y yo nos quedáramos con sed de más. Ya en las sierras, eneros de cigarras y torrentes, sobre la falda serrana oscurecida y bajo unos talas y molles, a capella viajaban las voces de ellos tres, a veces después de un rosario de la tarde y antes de la comida, a veces de sobremesa, con un silencio de grillos y un frescor de poleo o de cedrón por toda orquesta.
Quién sabe y no será por eso que no sé de un registro que me conmueva más en una mujer que el de contralto, con esa aparente oscuridad que es de una intensidad que no hallo igual. Me dicen que es poco femenino. Digo que están completamente equivocados. Hay gente que sabe de músicas, pero un servidor sabe otras cosas.
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Tres colecciones que dejo aquí están dedicadas a cuatro voces de esa laya, aunque distintas en tantos aspectos: por un lado, Marie Nicole Lemieux, de Canadá, y la inglesa Kathleen Ferrier; por otro, la holandesa Aafje Heynis y, por último, la siberiana Galina Baranova, aunque es un caso especial el de esta mujer y tal vez un asunto excesivamente ruso para gentes de los Urales hacia el oeste.
Claro que de cada una tengo músicas preferidas y hay una de estas muchachas que me gusta más que las otras (pero quién soy yo, después de todo, para acertar en ese jardín...)