El frío vuelve. Bien. Fines de agosto. Como si fuera mayo o junio. Aquí en el sur, claro. Porque, en otro mundo, mayo es primavera.
Por eso. Mire usted por dónde, gracias al frío de agosto, fui a dar a la primavera de mayo.
Ahora bien.
Parece fácil. Claro: es cosa de elegir entre bienes; entre bienes equivalentes.
Pero.
¿Qué elige uno cuando elige entre la misma cosa y esa misma cosa pero no la misma?
¿Cómo se puede?
Y, sin embargo...
Fíjese, mi amigo.
En el Acto IV de Andrea Chénier, de Umberto Giordano, hay un aria-romanza final que canta el protagonista, el poeta francés André Chénier, que en vida real fuera guillotinado a los 32 años por Robespierre un día de 1794. Robespierre que, dicho sea, corrió misma suerte unos días después.
Este joven poeta -de curiosa deriva política- será tenido por precursor del romanticismo en Francia y su nombre irá resonando desde Darío hasta el tango (recuerdo ahora uno que lo menciona y cantaba Ignacio Corsini...)
Oí durante años decenas de versiones de esa romanza Come un bel dì di Maggio.
Y me quedo con Come un bel dì di Maggio. Pero, ¿con cuál?
De entre los que tengo ahora a mano (y que recopilo al amparo del fuego...), y sin orden de preferencia, una selección de estilos distintos (para nada definitiva, aunque...) queda aquí, casi como un apunte.
Mario del Monaco, Enrico Caruso, Ferruccio Tagliavini, Beniamino Gigli, Tito Schipa, Jussi Björling, Galliano Masini, Giuseppe Giacomini, Franco Corelli y Bojidar Nikolov .
Y todo gracias al frío de agosto, que es como el de mayo. ¿Qué más se puede hacer sino cortar un poco de leña y volver al reparo, a estar con papeles?
Con todo el tiempo del frío para elegir cuál bel dì di maggio...
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La letra del aria que compuso el libretista Luigi Illica, inspirada en unos versos del propio Chénier, dice:
Come un bel dì di maggio
che con bacio di vento
e carezza di raggio,
si spegne in firmamento,
col bacio io d'una rima,
carezza di poesia,
salgo l'estrema cima
dell'esistenza mia.
La sfera che cammina
per ogni umana sorte
ecco già mi avvicina,
all'ora della morte,
e forse pria che l'ultima
mia strofa sia finita
m'annuncierà il carnefice
la fine della vita.
Sia! Strofe, l'ultima Dea!
ancor dona al tuo poeta
la sfolgorante idea,
la fiamma consueta;
io, a te, mentre tu vivida
a me sgorghi dal cuore,
darò per rima,
il gelido spiro d'un uom che muore.