Es una de esas canciones con varios títulos, que no los pone el compositor sino el ir y venir de la música y de las gentes.
Por unos ojazos negros, Mi viejo Amor, son los más frecuentes, aunque la canción se llama Un viejo amor.
El mejicano de Aguascalientes, Alfonso Esparza Oteo, compuso la melodía en 1920. La letra es de un director de cine también azteca, Adolfo Fernández Bustamante.
De modo que esta pieza -la más famosa de Esparza en el entero planeta- cumple 100 años.
La letra tiene un aire como de tango, a mi sabor.
Él se aparta de ella y ella antes de desaparecer obligada por el desdén, llorando le recuerda al varón, le promete (¿le reprocha?, ¿le profetiza?) que un viejo amor no se olvida ni se deja. Pero, él la deja lo mismo.
Pasa el tiempo. Un día él vuelve a ver aquellos ojos que lo miran ahora casi como si no lo conocieran (algunas versiones dicen que esos ojazos negros lo miran con despecho, pero los mexicanos cantan que fue con despego y desprecio...). Y el sujeto se pregunta si ella habrá olvidado sus recuerdos y promesas, porque un viejo amor no se olvida ni se deja... Lo cual prueba que lo que ella le dijo la primera vez no era una promesa y sí más bien un advertencia. Digo yo, claro.
Queda en varias versiones, como suele pasar.
Y ya que estamos, recuerdo que hay algo parecido en la Tonada del viejo amor, que canta Eduardo Falú, y que acompaña con unos muy buenos versos Jaime Dávalos. Y para más decir, también hay tangos con títulos parecidos, que dicen más o menos lo mismo respecto de lo mismo.
Una más, y es la última: la famosa Ochi chyornye rusa, (Ojos negros, u oscuros, claro...), también anda por esos pagos de los recuerdos agridulces, también a partir de unos ojos negros. Y así terminamos por donde empezamos.
Todo lo dejo aquí para el oyente curioso.