sábado, julio 20, 2013

Wellington

Una estupidez. Y una estupidez mediocre, aunque ingeniosa en parte.

Y no es que lo diga un servidor, quién soy yo.

En todo caso no es que se me ocurra a mí, aunque sin poder juzgar del todo la cuestión tiendo a estar de acuerdo con quien dicen que lo dijo.

Beethoven, Ludwig.

Porque, según algunos entendidos, él mismo, el autor, consideró su obra como una estupidez, teniéndola por mediocre, más allá de que hubiera sido un fabuloso éxito en sus días.

Se trata de la Wellingtons Sieg, op. 91, también conocida como El triunfo de Vitoria, una sonora mezcla orquestal (con casi doscientos cañonazos y todo) que, si no me equivoco mucho, parece más bien una burla del triunfo de Vitoria, que fue el de las tropas al mando del Duque de Wellington, aunque se supone que es un homenaje de un ex bonapartista como Beethoven (suya es la Heroica dedicada a Bonaparte) que ahora consideraba un tirano insufrible a Napoleón y se alegraba de la derrota francesa en España.

El que perdió la batalla fue José, el hermano del corso famoso, y tal vez eso haya hecho que Ludwig no se esmerara a su altura en los compases y vistosos refritos (como la inclusión de la burlesca Mambrú al lado de la soberbia Rule, Britannia!), ingeniosos y con su sello, eso sí.

En fin.

Algo se disfruta ese batifondo de 15 minutos.

Tal vez ser Beethoven a veces no alcanza y, si es verdad que pensaba eso de su propia estratagema musical, no se engañó a sí mismo, lo cual habla bien de él, después de todo.