viernes, abril 03, 2015

Hora vos dic vera raizun


Se lo conoce como La Passion de Clermont.

Allí dejo la referencia para quien sea gustoso de siquiera verlo. Es un poema hallado en un manuscrito de alrededor del año 1000 en esa ciudad capital de la Auvernia francesa, fecha que algunos precisan en el 990.

Compuesto en una variante de langue d'oc -suele llamarse romano-, el poema tiene 129 coplas o estrofas de a cuatro versos asonantes y recorre lírica y narrativamente los días de Jesús desde la llegada a Jerusalén hasta la Ascensión. Según los estudiosos del manuscrito, el que sea de aquellos años de fin del primer milenio, le agrega sabor a muchas referencias históricas y teológicas del texto y muestra algo de la idiosincrasia de aquella bisagra significativa del tiempo cristiano.

Brice Duisit, investigador e intérprete de músicas antiguas, dejó en 2005 una versión con melodía reconstruida por él mismo, que acompaña su canto con una viola de arco y algún sonido de caramillo, siguiendo las costumbres de época.

Es muy probable que el poema haya sido compuesto para ser cantado en modo eclesiástico (como una especie de salmodia de pareados, por lo que se ve en su estructura lírica), pero es claro que tiene a su vez un marcado sabor popular y catequético.

Esa misma cadencia hace pensar en el sentido del tiempo que tenían nuestros antepasados un milenio atrás; cuánto tiempo dedicaban a un relato que hoy parecería largo y aburrido, y cuánta atención le ponían entonces.

Pero hace pensar, a la vez, en cuánto puede hacérsele insoportable todo eso a un cristiano de hoy, por mucho que blasone sus amores por los tiempos de la Cristiandad.

Creo que pasa otro tanto con los textos litúrgicos en lenguas afines o próximas a la que hablaba Nuestro Señor, que son de gran antigüedad y que se conservan y cantan todavía en nuestros días.

Como si Jesucristo hubiera nacido en un monasterio de la Provenza o de La Rioja o de la Toscana, y después del siglo XII, por supuesto... (Aunque podría concedérsele -con salvedades- que hubiera aparecido en tiempos del barroco...)

El caso es que nuestra anemia tradicional, nuestra incapacidad para entender de dónde vienen las cosas y por qué, y hacia dónde van, y qué debemos ver en ellas, y cuánto de ellas es sabroso y valioso, termina dándonos una mirada por lo menos algo trivial, una mirada algo bizca que juzga grande y bueno lo que nos gusta, lo que nos suena bien. O, sencillamente, lo que manda el Manual del Tradicionalista moderno, con su pautado decálogo de antigüedades admisibles. Lástima.